EXCELENCIA.
Donde allá Vallejos cruza a San Martín
custodiás los autos en comida ajena.
Es el alto cielo el techo de tu
escena,
artista espontáneo, de fácil mohín.
En la calle dura, de frío adoquín,
bajo la intemperie de tu encrucijada,
tu saludo amable, tu tierna humorada,
son bellos manteles vistiendo la mesa,
traen los condimentos de tu gentileza,
y endulzan los postres en la retirada.
Tomando tu frase: “¡Es una
excelencia!”
te llamo “Excelencia” por tu bonhomía,
tu clase y carisma, tu estilo y
valía,
y la buena onda que emana tu esencia.
Por momentos solo, como en una
ausencia,
tu alma, Excelencia, dialoga en la
esquina,
con hadas inquietas, leves,
repentinas,
que cuidan de mi auto en tu compañía,
almuerzan y cenan sólo fantasía,
y atisban qué platos hay en la cocina.
Tus gestos al aire girando diseños
acaso devanan hilos impalpables
ligando en sus vueltas un cruce
inefable
de calles que habita tu mágico
ensueño.
Hilos intangibles que mueve tu genio,
hilos invisibles que a su vez te
mueven.
¡Cuidado Excelencia, que no se te
enreden
los sueños atados a esos hilos finos!
¡Que guíen tu rumbo los hilos divinos
y a un edén premiado tu mérito eleven!
¿Cuál será tu historia, duende de la
esquina,
de dónde proviene tu modo ocurrente,
de quién aprendiste ese don de gentes
y cómo se inspira tu vis parlanchina?
El llanto, la pena, que en vos se
adivina
asoma, Excelencia, tras ese bagaje
de mímica y voces de tu personaje
que al soltar su impronta enciende generosa
la chispa sagrada que tu frente roza
y un aplauso mudo suena en tu
homenaje.
Hugo C. Mazzocchi, septiembre 2010
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