domingo, 13 de abril de 2014

Excelencia

En el restaurante Don Lautaro el cuidacoches es Mario. Nosotros le decimos...
EXCELENCIA.


Donde allá Vallejos cruza a San Martín
custodiás los autos en comida ajena.
Es el alto cielo el techo de tu escena,
artista espontáneo, de fácil mohín.
En la calle dura, de frío adoquín,
bajo la intemperie de tu encrucijada,
tu saludo amable, tu tierna humorada,
son bellos manteles vistiendo la mesa,
traen los condimentos de tu gentileza,
y endulzan los postres en la retirada.
Tomando tu frase: “¡Es una excelencia!”
te llamo “Excelencia” por tu bonhomía,
tu clase y carisma, tu estilo y valía, 
y la buena onda que emana tu esencia.
Por momentos solo, como en una ausencia,
tu alma, Excelencia, dialoga en la esquina,
con hadas inquietas, leves, repentinas,
que cuidan de mi auto en tu compañía,
almuerzan y cenan sólo fantasía,
y atisban qué platos hay en la cocina.
Tus gestos al aire girando diseños
acaso devanan hilos impalpables
ligando en sus vueltas un cruce inefable
de calles que habita tu mágico ensueño.
Hilos intangibles que mueve tu genio,
hilos invisibles que a su vez te mueven.
¡Cuidado Excelencia, que no se te enreden
los sueños atados a esos hilos finos!
¡Que guíen tu rumbo los hilos divinos
y a un edén premiado tu mérito eleven!
¿Cuál será tu historia, duende de la esquina,
de dónde proviene tu modo ocurrente,
de quién aprendiste ese don de gentes
y cómo se inspira tu vis parlanchina?
El llanto, la pena, que en vos se adivina
asoma, Excelencia, tras ese bagaje
de mímica y voces de tu personaje
que al soltar su impronta enciende generosa
la chispa sagrada que tu frente roza
y un aplauso mudo suena en tu homenaje.
 

Hugo C. Mazzocchi, septiembre 2010

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