Fue
honrosa distinción para mis manos
el
peso de una noble jerarquía
que
en el anestesiólogo confía
el
sueño y el dolor del ser humano.
Mis
años de labor no fueron vanos
si puse
lo mejor para el paciente,
si he
sido compañero consecuente,
si nunca a mis maestros he fallado.
Se
anuda mi garganta de pasado
y
sabe a un agridulce de presente.
Mi
carrera termina en el instante
en
que aún no ensayé para ser viejo.
Lucha
en mí lo que empiezo y lo que dejo,
miro
atrás y proyecto hacia adelante.
Del
mundillo quirúrgico incesante
me
despido. Vestuario. Corredor.
Salgo
lento, mirando en derredor,
y mis padres no están para abrazarme.
“Chau
quirófano”, lloro al alejarme
y
oigo el último, breve, “Chau, doctor”.
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